viernes, 26 de diciembre de 2008

La libertad del Pajaruca


Pariente de Pajaruca


El cielo se cerró de golpe, como si todas esas nubes dispersas fueran soldados distraídos que ante la orden de un superior se amontonaran con torpeza formando una gran mancha homogénea.

Durante mi infancia, las nubes, “cuerpos gaseosos” según el manual Santillana, capítulo “ciclo del agua”, eran para mí como los copos de azúcar rosados que vendían en los carritos del parque y que le competían en sabor sólo a las manzanas acarameladas. La dificultad para comprobar esta teoría residía simplemente en la carencia de una escalera tan alta.

Ahora estoy en la ventana del living. Veo la lluvia y escucho el zapateo de las gotas sobre la canaleta. Y pienso en tantas cosas que no pienso seriamente en ninguna. Mientras divago por calles de la memoria, me llega un residuo de tele encendida. Matteo, bolsa de puflitos en mano, despatarrado en el sommier matrimonial y con las sandalias puestas, mira los dibujitos del Cartoon. Ya fui más de tres veces, le mordí suavemente una oreja, olí su cuello mugriento, le advertí que le toca bañarse, que Basta de tantos dibujitos –cosas que decimos todas las mamás y que alguna vez odiamos escuchar de las nuestras- y noté que no existía el más leve registro de su parte. Sólo él tiene la virtud de invisibilizarme, de hacerme sentir un fantasma.

Cuando emprendía mi retirada hacia el living, en otra de mis incursiones frustradas, un “quedate mamá” me detuvo en la puerta. Corrí hasta la cama como perro que acude a su amo luego de unas largas vacaciones y me tiré de clavado sobre él provocando esa risa que le achina los ojos y le hace mostrar las dos filas enteras de dientes de leche. Entonces hicimos aparecer a todos nuestros amigos, el “monstruo come-orejas”, la “abejita que duerme la siesta”, el “Ratón Pérez sin dientes”, y su favorito: “Pajaruca”, el irresistible.

Así nació PAJARUCA

Una tarde, cuando llegué del trabajo me enteré que Matteo había estado llorando en casa de los abuelos porque le ardía la espalda. El día anterior, se había excedido de pelopincho y risa va, juego viene, se pasaron de largo algunas precauciones.

Yo -¿Te ardía mucho, hijo? – con tono culposo.

Matteo –cara previa al llanto- ¿Cómo sabías? ¿Te contó un pajarito?

Yo –que siempre digo pavadas para distraerlo- Pajarito no, Pajaruca.

Matteo –muy tentado, hipeando de la risa- Pa Ja Ru Ca!

Yo –exitosa y entusiasmada- ¿Querés conocerlo?

Con anular, índice y pulgar simulo un pico de pájaro que le dice “Hola Matteo, soy Pajaruca”.

Matteo –Con ojos que parecen más enormes- Hola Pajaruca, yo soy Matteo.

Pajaruca -Sí ya sé que sos Matteo, pero mejor no me digas Pajaruca, es nombre de tontín.

Matteo –otra vez hipeando- Pajaruca-Pajaruca-Pajaruca-Pajaruca.

Pajaruca –ofuscado y agravando la voz- ¡Yo no soy ningún Pajaruca!

Y así, sesión de cosquillas y reiteración de la escena ad infinitum. En estos momentos, Matteo semeja un cinéfilo que no obstante haber visto una misma película más de 50 veces, vuelve a su escena favorita para repetir los diálogos en voz alta con tal deleite que imposible negarse.

Entonces, saco el brazo por la ventana y con tono de traginovela colombiana le ordeno “He dicho que te bañes sucio Pajaruca”. A esta altura Matteo se dobla de risa en el piso y por más que le diga al Pajaruca ya estuvo bueno de aguua, él no me obedece, abre su pico al cielo para atrapar gotones, en primer lugar, porque no le gusta que le digan lo que tiene que hacer, y luego, porque lo ponen de excelente humor las tormentas de verano
.

martes, 23 de diciembre de 2008

De como apagar un llanto y otras magias




Matteo arrastra su llanto desde la pieza y se me planta enfrente. Qué pasó hijo, Un bicho, un bicho me picó acá, muestra la axila, ¿A ver? No es nada, un poco colorado nomás. Él, en un claro mensaje de que no minimice sus afecciones, redobla el llanto. ¡Me aaaaaaaaaarde! Me arde muuuuuuuuuucho!, Ponemos una cremita y se pasa enseguida, No, no se pasaaaaa, Sí, dame que te soplo ¿Ves?, Aia mamita, Tengo una idea Mat ¿Y si compramos un helado? ¿Chasqui bum? ¿Huevito Kinder? ¿Chicle con tatuaje? Por un momento lo duda, corta el llanto en seco y evalúa los costos-beneficios de aceptar el trato. Lo tengo, ya es mío, lo tengo, afloja. Y no, ¡Me aaaaaardeeeee! No me queda otra que apelar a la hechicería. El realismo mágico de los niños supera hasta el momento más brillante de la pluma del dotado García Márquez. Recurro a Juancito, un amigo de papá que vive lejos y fascina a grandes y chicos con sus trucos de magia de herencia familiar. Yo te invoco, Oh Juancito Olea, a tí y a tus Poderes Mágicos, para neutralizar la picazón de mi hijo Matteo. Pausa efectista. Marketing casero. Bingo. El pez muerde el anzuelo. Ahora se seca las lágrimas con el repasador de animalitos de la granja que yo le arrebato de las manos para ponerme en la cabeza mientras cierro los ojos con aires de medium, Juancito Olea, dame tus poderes y cura a este niño, pu puf-pu puf, ¿Y? ¿Te curó? Mi niño, cara de algo que no termina de ser decepción plena, No tanto, Bueno, vamos de vuelta, Juancito “Pelado” Olea , lo de Pelado le hace gracia, un poroto para mamá, Dame tus poderes para curar esta axila, Ahora sí mamá, me curó un poquito, y se cuelga en mi cuello para agradecerme con un beso y bajar de la mesada, lugar donde tuvo lugar el conjuro.
Durante el resto del día Matteo no vuelve a quejarse de la picazón y eso me hace pensar, Qué genio este Juancito, che, ¿Será descendiente de Merlín?
Y ya cuando en el silencio nocturno no se escucha más que un Arrorró mi nene, Arrorró mi sol, y todo indica que Matteo está con un pie en el umbral del sueño y otro a punto, su vocecita pincha mi burbuja, Este Juancito Olea es medio choto, mamá, todavía me sigue picando.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Euge y Giuli



-¿Tenés ganas de leer? dijo Julio.



Julio es el hombre que eligió mi entrañable amiga Euge ("Putu" querida) para caminar a su lado. Y es más que eso. Es mi amigo, también.



-Siempre tengo ganas de leer, dije yo.



-Ya lo sé, dijo él, por eso te voy a dar esto- y me estiró su agenda-



Julio había venido a cenar a casa con Leo y Giuli. Euge estaba en una cena de fin de año.
Leo, con nuevo corte muy canchero y ansioso por chatear en la compu. Giuli, en brazos, sonriente, movedizo como agua de río.




-Bueno, dije yo, y agarré la agenda que me tendía como quien se dispone a leer algo liviano.


Pero él me retuvo la agenda, me miró a los ojos y me advirtió: "Vas a tener que leerlo en otra parte".


Claro, no era un texto cualquiera, era una carta de puño y letra, firmada por su corazón. Para Giuli, su hijo más pequeño, que hoy cumple un año.


Un año que parecen cientos, porque en estos 365 días Giuli tuvo que poner el cuerpo, las fuerzas y todo lo que tenía a mano para pelear por su vida.


Por eso comparto con ustedes la carta que Julio me dio hace unos días para que leyera a solas.


Cuando le sugerí publicarla, enseguida estuvo de acuerdo.


"Esto puede ayudar a otras personas", dijo, con el espíritu solidario que lo caracteriza.


Acá va la carta. Si creen que puede ayudarle a alguien que esté pasando por lo mismo, les pido que la impriman y la regalen. Es un lujo tenerla en mi blog.





Giuli:



Esta es tu historia...



Siempre soñé con traerte a este mundo porque quería tener otro hijo y Leo, que es tu hermano, quería su hermanito menor.

Todo comenzó el 20 de diciembre de 2007. Leíto estaba ansioso porque faltaba muy poco, papá preparando todo para llevar a mamá al hospital, quien se estaba perfumando y peinando para tu llegada.



Por fin llegó el día, a mamá la llevaron los doctores y Leo y yo nos quedamos afuera esperando. Pasó una hora y media y salió la efermera, y dijo en voz alta: ¿Papá de Giuliano? "Acá estamos" gritamos con Leo, y corrimos hacia vos. La enfermera te puso en mis brazos y nos miramos. Leíto dijo que parecías un viejito, ja ja, claro los bebés a veces lo parecen. Y yo te miré, y te miré, y te pido perdón hijo querido por mirarte así, pero te juro que lo hacía porque me di cuenta que algo no estaba bien y vos...



...vos lo sabías porque cuando me mirabas me estabas pidiendo ayuda. Esto se llama tener conexión entre un padre y un hijo, estoy seguro. Luego vinieron las visitas y todos me decían que me quedara tranquilo que no era nada, pero yo...yo no podía, y sabés por qué? Porque me acordaba todo el día de aquella mirada que tuvimos la primera vez que nos vimos, y fue en ese momento, ya de noche, cuando empecé a golpear todas las puertas del hospital. Alguien me tenía que decir algo, alguien tenía que saber lo que vos me querías decir y...



Y fue así. llegaron los médicos y tras hacerte muchos estudios nos dijeron muchas cosas malas, sí, que tenías esto, aquello, y que podías tener esto otro...uf, de todo, basta. Basta dije yo y me metí en un lugar solo y me puse a rezar, a hablar con Dios, le pedí que él decida pero que por favor no te haga sufrir, hasta llegué a pedirle que te convierta en un Angelito (perdón hijo de mi alma) pero era como un alivio para que no sufras, no te lo merecías.



Pero de repente dije NO!! Estoy loco, y te fui a ver en busca de tu mirada, nuestra mirada y vos...vos ahí estabas esperándome para unir otra vez nuestros ojos como dos guerreros que unen sus espadas y claro vos...vos necesitabas una porque la tendrías que usar unas cuantas veces y...



Ahí todo cambió, tu mensaje era que querías quedarte, luchar y hacer todo lo posible por estar con nosotros y...



Y yo dije SÍ!! Qué orgulloso que estaba, y solamente tenías un día de vida, y ahí fue cuando me di cuenta de que la palabra sufrimiento era un obstáculo fácil de vencer cuando se tiene...



Una "MAMÁ": que es una leona cuando se trata de sus hijos y que hizo y va a hacer todo por vos.



Un hermano: que te adora y está todo el día al lado tuyo.



Cuatro abuelos: que iluminaste sus casas cuando te vieron y dan sus vidas por vos.



Una Bisabuela: que habla todos los días con Dios por tu salud.



Muchos tíos: que están todos pendientes de lo que te pasa y nos ayudan en todo.



Muchos primitos: que te esperan para jugar.



Y muchos amigos de mamá y papá: quienes están desde que naciste, al lado nuestro y dan lo que sea por nosotros.



Y un papá que da su vida por sus hijos y que nunca, nunca, nunca se va a olvidar de la primera vez que nos miramos.



Te amo.

Papá.






viernes, 12 de diciembre de 2008

AÚN RODANDO



Aún Rodando

No me canso de decir tu nombre, suena a cascabeles, a flores silvestres, a colibrí ¿Dónde estás, Magali? Escondiéndote tras el sillón del living para que corra a buscarte, y entonces vos te rías y yo exagere los pasos para que te rías más, y más, hasta ahogarte en un hipo minúsculo, un hipito Magaliano.

Cuando nos conocimos, ibas y venías con la ebriedad de los novatos aunque mis reflejos se agazapaban al pie de tus intenciones de equilibrio, y lograban, no pocas veces, evitarte el menú de pelusas y microbios de la alfombra.

¿Dónde dejaste el sonajero, el teléfono que habla, los jabones jirafa, el elefante-corazón? Los llevaría presurosa hasta tus manos de pegote, hasta tus dientes (qué lindos son) ardilla traviesa (uno arriba y dos abajo) roedor de galletitas dulces.

Éramos jóvenes, bueno, vos eras apenas un avance de la película de tu vida, mientras que yo había estrenado ya varias escenas. Mi film era esencialmente romántico. Mi co-protagonista, tu hermano, Pablo. Y vos, naciste justo en pleno rodaje de nuestras escenas más logradas, cuando los besos eran para siempre y los finales felices y delegábamos todo en el destino-director, quien haría justicia con los personajes.

Los días de rodaje en exteriores eran los más aptos para el despliegue de abrazos y proyectos. Recuerdo la voz de tu hermano: “Voy a llevarte a un lugar secreto”. Dos minutos más tarde, la bicicleta, el sol del mediodía, agua mineral y la ruta, metáfora asfaltada de nuestro futuro. Nos poseía la adrenalina de dejar atrás el pozo contaminado de la ciudad. Y mientras hablábamos de eso, crash, mis pedales en sus rayos, banquina, sangre terrosa y apenas raspones. Nada importante. El prólogo de una risa interminable al ver que estábamos bien, y arriba otra vez, que falta poco.

“Es acá”, dijo él. Un arroyo. Un arroyo al costado de la ruta. Una lengua de agua que nos vio bañarnos, curarnos mutuamente las heridas, besarnos hasta la hora de la vuelta, que un día sería definitiva.

¿Cuál es el parámetro para medir el tiempo? ¿Es corto el minuto en que alguien amado salta para siempre de nuestra vida? Si todavía fueras mi Magali, la chiquilina rabiosa que se descargaba contra el plato, te usurparía la silla y la cuchara, y golpearía contra tu papilla hasta ensuciar los cuadros, las tazas, las moscas, las cortinas, los fracasos. Darle papilla a los fracasos es algo que no había contemplado antes de conocerte. Embadurnarlos con puré de zapallo o enterrarlos bajo una costra de medialunas ablandadas a fuerza de saliva y paladar.

Magali, yo sé que preferías estrenar vestidos con puntilla o ver como se reventaban contra la ventana las burbujas que hacíamos entonces, pero de vez en cuando, cuando te escondías detrás del sillón y no te seguía el juego mi figura ¿Pensabas en mí? ¿Estallabas en llanto, con alguna excusa, mientras hacías fuerza por retener el contorno borroso de mi imagen? ¿Tus lágrimas caían sobre la sopa caliente hasta entibiarla?

Hoy sos vos las que seguramente ya estrenó varias escenas; y en mi caso, son películas enteras. Las hubo en blanco y negro, de tomas largas y breves, cámara en mano, improvisaciones y cortes abruptos. Otras, con estricta sujeción a los guiones, aunque nunca podré saber si han sido buenos o malos guiones. Registros que pasaron con más pena que gloria, paisajes añorados, imágenes que vuelven a proyectarse espontáneamente en las paredes de mi memoria como cintas de Súper Ocho: tus soquetes nuevos, tu sonrisa ardilla, la tarde en que te llevamos a la Plaza Rivadavia, y nos turnamos para hamacarte, peleando para ver con quién te reías más, mientras tu hermano hacía trampa (sin cosquillas ¡Así no vale!) prenda, prenda, y todas esas cosas.

¿Sabrás quién te escribe? ¿Te acordarás de mis manos jugando con las sortijas de tu nuca enredada? Soy quien enjabonó tu espalda cuando eras apenas un buñuelo rosado y redondo y te acurrucabas como un gato feliz en los brazos de tu hermano, cuando las pesadillas, cuando la fiebre, ya está Maga, acá estoy, soy yo chiquita, ya pasó.

Ya pasó. Quedó atrás (si es que los momentos quedan en alguna parte por fuera de la memoria) Al final, Magali, el destino fue, en nuestro caso, un director mediocre que habiendo llegado a su obra cumbre y no sabiendo como superarla, inició su cuenta regresiva hacia la decrepitud y el olvido.

¿Quién saltó primero? No lo sabemos. Y tampoco esperaba hallarlo al pronunciar tu nombre, al evocarte, es sólo que me gusta decirlo, suena a colibrí Magali (estarás muy grande, tal vez enamorada) suena tan a cascabel Magali, que casi me hace olvidar de preguntarme por él, por qué Pablo no, por qué Pablo sí (también me gusta nombrarlo, es como aprehenderlo) Por qué arrojamos las bicicletas al óxido del tiempo, sin poder comprobar ya nunca si después de esa última caída, nos hubiera esperado, paciente, otro secreto arroyo.

martes, 2 de diciembre de 2008

REDIRECCIONANDO POST

Me la re mandé...

Había escrito algo hace un tiempito sobre EL CINE DE MI VIDA.

Pero como por por algún motivo no podía redondear el final... decidí guardarlo pues ya mi cerebro se exprimía cual naranja suicida.


Cuando más o menos pude afilar una idea...lo publiqué.
La cosa es que me apareció en el blog con fecha del 7 de noviembre...pero es en realidad lo último que posteé.
Por eso, valga la aclaración.
AHORA SI...PASEN POR ACA...


TRAIGAN POCHOCLOS...LA FUNCION ES AQUÍ


miércoles, 26 de noviembre de 2008

RESUMEN DE BUENOS AUGURIOS MATUTINOS




Hoy me levanté con la pata derecha y el mundo se lavó los dientes para sonreírme.


Apagué la alarma del celular, me dije “dos minutos más” y no me quedé dormida.

Cosa rara en los últimos meses, mi flequillo quedó de peluquería (la pelusa molesta que suele estorbar mis aspiraciones estilistas, se dejó abrasar por la planchita y quedó tan lisa como Pity de “Intoxicados”)

Logré rescatar una remera del verano pasado de lo más alto del ropero sin que el intento terminara en derrumbe de toda la pila.


Me acordé de meter en mi cartera una banana para aliviar el shock hambruno de media mañana (sin suspicacias, por favor, no me obliguen a decir plátano y mostrar mi perfil de consumidora compulsiva de culebrones centroamericanos)


Matteo (gnomo oculto tras un verde cuadriculado) me dio muchos besos antes de seguir viaje hacia el jardín.


Cuando sentía que las baldosas se iluminaban a mi paso, me choqué, en la esquina del laburo, con mi amiga Deborín.


Como todo buen encuentro inesperado de dos amigas que viven en la misma ciudad pero hablan por teléfono más de lo que se ven, fue exagerado, corto y efusivo (nos dimos un abrazo digno de dos inmigrantes que se encuentran por casualidad en país ajeno)


-Qué felicidad verla tan temprano, Srta.


Estaba radiante. Empezaba su semana laboral post recital de Serrat en capital. Es un potro, me dijo (la palabra potro, reveló su y mi pertenencia a una cierta década)


Nos despedimos con símil abrazo inicial y entré al trabajo cantando “de vez en cuando la vida...” y caminando con rebotes, como cada vez que ando contenta.


Para completar este TETRIS perfecto, ingreso a la office, enciendo la radio y la voz sensual de Gise anunciando al REY...


“Y que hiciste del amor que me juraste...”


A veces no se le puede pedir más a la vida.

Es como uno de esos chicles tan ricos que dan ganas de que nunca se les vaya el gusto. Viene suculenta como desayuno en vacaciones.

La llamo a Gise por el interno: “mirá con que tema me recibís”.


Abro el blog, dos comentarios nuevos. Polvo de hadas, de Princesita Hada y Tania telista con sus palabras turquesas siempre bienvendidas.


Sacaría una instantánea de este momento si no fuera porque vienen otros mejores (fila 13, butaca 35 y él en el escenario)


No quiero detenerme en nostalgias.

La bronca pasó (otra vez “oleeeeeee”)


Los astros están a mi favor.


lunes, 24 de noviembre de 2008

MALOS RATOS

Hace un par de semanas vengo masticando una bronca.
Como no puedo depositarla en el destinatario indicado, sucede que me la trago.
Es que el destinatario no es una persona real, sino un abstracto.
Por eso me siento como en Star Wars, con una de esas espadas brillantes pero cortando el aire. Del otro lado, el enemigo invisible.
Estoy cruzando un bosque en plena noche y escucho aullar a los lobos pero no los veo. Imagino sus foco amarillos con la seguridad de que si se aparecieran los dejaría atacar sin defenderme.
Mastico la bronca como un sandwichito de mortadela en el que aparece un picante (y te queda en la muela, en la lengua y ya te arruinó el bocado)
Llevo la bronca de la mano como hermanito menor.
La quiero correr, la empujo del culo, pero se planta como elefante añejo.
Maldita bronca.
Ni una hora de boxeo libre alcanzaría para exorcizarme.
Es que cuando la piña no tiene mandíbula donde estrellarse vuelve a la propia.
En estos días estoy al salto, con un buen humor aparente, sin motivo para enojarme, y por eso más enojada.
Pensé seriamente en cambiar de pastillas anticonceptivas. En dormir 10 horas seguidas a ver si se corta la racha. En darme una buena dosis de cine argentino o europeo (aunque últimamente las películas que quiero ver no están en los videos, me cacho en diez)
El sábado cumplo los 30. No creo que tenga que ver, pero...
¿Será que los años me llegan tipo balance, tipo resumen de tarjeta de crédito pero con el recuento de mis hechos?
Me viene una frase de mi jefe (uh, estoy realmente mal...) cuando recién entré al laburo:
(con cara de filósofo y tono de maestro oriental)
“Si un vaso tiene agua hasta la mitad ¿está medio lleno o medio vacío?”
Pregunta de examen de la vida para ingresar a una empresa importante (ojo)
Mirá, si está por la mitad, está por la mitad.
Para mí, lo que lo diferencia es el contenido: puedo imaginarlo con agua de manantial (como la de las publicidades) jugo de naranja exprimido bien fresquito, gancia batido con limón, licuado de banana, milk shake de dulce de leche, cerveza congelada (con plato de maní al lado, obveeeo)
Hoy podría decir que el vaso tiene agua contaminada, y yo sin colador (ni siquiera puedo encontrar una metáfora digna)
No quiero que este agua sucia salpique para todos lados como bombero loco.
Quiero lo de siempre, pecera limpia, mi mar...charquito de lluvia.
Libélulas al ras de una laguna dormida.
Fuente de agua de colores en su danza propia.
Luna de miel de tortugas marinas en lo profundo.
Buzos iluminados por rayos de sol, felices de pasear por mis adentros.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

EL GENIO DEL PANTANO

Ani (SMS para papá) Preparate. Va tu cuento del sapo al blog.
Bandeja de Ani: no me plagies.
Bandeja de papá: Jamás.
Acá va el cuento...autoría de Guillermo González (para que no me haga juicio)
Era un pantano gris y sucio, con una constante bruma a nivel del agua, lo que lo hacía un lugar lleno de malos presagios, lleno de sanguijuelas peligrosas y también estaba "él", el protagonista de esta historia. Era un batracio (un sapo, bah) rengo, corto de vista y con un aspecto deplorable por donde lo miraras.

Como nuestro amigo en cuestión andaba a los saltos, mal (no se olviden que era rengo) solía quedarse colgando de alguna rama o caerse en el centro de un hormiguero, y así estaba cuando tuvo que escapar para no ser devorado por unas termitas gigantes que se sintieron amenazadas por algo tan desagradable que intentaron lincharlo, y el sapo, en su retirada, dio un mal salto, tal su costumbre, que cayó sobre algo metálico y quedó con su sucia panza fría colgando y tratando de zafarce de aquel metal hasta que con sus frotes despertó al genio de la lata del pantano (una versión más trucha que la de Aladino) que comenzó a salir en forma de un humo, en honor a la verdad, con un olor fétido, hasta transformarse en un grandulón de 1,95, con una reluciente cimitarra colgando del costado de la pierna derecha.

-¡Qué querés! - le dijo al sapo de muy mal humor, y al ver que este no podía hablar, sacando su espada y colocándosela entre los ojos al pobre bicho le dio el don del habla (trucho o no, era un genio)

- ¡Ya sé! ¡Querés el tema de los tres deseos! Como todos- le dijo, cada vez con más mal humor- . Bueno, está bien, te los concederé. Pero apurate porque cuando me sacaste de mi loft estaba con la Pradón arreglando el precio para un pe...pe...pequeño arreglo que le tengo que hacer en la casa ¡Dale, apurate!
El batracio estaba tieso como Tutancamón y atinó a decir qui...qui...quiero ser un elegante caballero.

¡Concedido! Y así como así apareció un rubio musculoso (tipo Brad Pitt) vestido con blancas sedas y botas negras contrastantes.

¡Dale, dale! Apuró el genio, largá el segundo!
Ya más seguro el ahora caballero dijo: "Quiero un blanco corcel con montura de oro y rubíes"...

¡Concedido!

Y allí estaba el mejor equino jamás visto por ojo humano...
-¡Te queda uno! -dijo casi gruñendo el impaciente grandote- ¡Dale que si se me va la Pradón te aplasto como a un sapo!

- Mi último deseo es tener a la princesa más bella que exista sobre la faz del planeta...

¡Concedido!

Y se escuchó un ruido; pero el caballero no veía nada, hasta que se le dio por mirar hacia abajo y entonces la vio...una hermosa sapa vestida con sedas y joyas...

- Pero...Pero... dijo el sapo.

- Pero qué? dijo el gruñón.

- Pero...¡yo te pedí una princesa y me diste una sapa!

-¿y tú qué eres? - dijo el genio frunciendo el ceño- no te dejes llevar por lo que ves, tu escencia es un sapo -dijo sacando su cimitarra y apoyándosela en el cuello al horrorizado caballero- Así que si quieres deshacer los tres deseos sólo hay una manera y te la estoy mostrando -dijo haciendo presión con la enorme espada sobre el cuello del caballero- ¡Tómalo o déjalo! ¡Pero ya!

-¡Lo tomo, lo tomo! dijo el pobre hombre a punto de desmayarse...

Y al grito de "Ya voy amor...." el genio se zambulló en su lata, la cual se perdió entre la bruma del pantano.

Cuentan los más viejos del pueblo cercano , que aún hoy se lo puede ver al caballero deambulando por el pantano montado en un matungo grisáceo, sin montura (la tuvo que vender para morfar) llevando en una caja de zapatos rotosa y sucia, a una sapa que lo va cagando a pedos todo el tiempo, mientras el pobre tipo le da (de vez en cuando) besos en la boca para ver si se repite la historia del otro cuento, pero ese es otro cuento...

Moraleja: nunca pidas lo que pueda ser que te sea concedido...

lunes, 17 de noviembre de 2008

APRENDER A VOLAR





















Desde que subí por primera vez a una tela, mi cuerpo se conectó con su magia y no pude más que volver a subir, una y otra vez. A mis amigas “telistas” les pasó lo mismo (ojo, en cualquier momento algún periodista al pedo nos bautiza como la nueva “tribu urbana”)

Las telas nos enseñaron muchas cosas. La principal: las alas no son exclusivas de las aves.

Muchos de ustedes, los lectores de este blog, posiblemente desconozcan el arte de la danza aérea, pero lo que seguro no desconocen es la pasión que nos mueve a llevar adelante ciertos proyectos, actividades, hobbies, deportes dejando de lado nuestro miedo de no estar a la altura de las cosas, de no ser los mejores (o por lo menos alguna vez actuaron en la primaria che, y saben lo que es el “pánico escénico”)

La semana pasada, con Susi y Tania ensayamos para un show en vivo. Vani nos hizo el aguante para filmar cada rutina. Practicamos mucho. Tres o cuatro horas por día. Fuimos a los ensayos con nuestros hijos. Susi llevó a la “mini Susi" que llegaba arrastrando su carterita de perro de peluche rosa, y yo fui con mi “Mini Batman” que hacía flamear su capa símil superhéroe (de piso)

Tuvimos las llaves del gimnasio por primera vez en nuestro poder y nos sentimos dueñas y amas de las telas. Por las noches, pusimos música a las paredes dormidas del gimnasio.

Entre ensayo y ensayo, nos reímos de nosotras mismas, de nuestros nervios, nos dimos aliento, nos corregimos, comimos algún que otro chocolate y miramos las grabaciones mil veces.

(y hasta trasgredimos una regla de la disciplina: nos fumamos un cigarrillo para distender un poco)

Sin embargo nada parecía ser suficiente para matar esa pollilla inmunda de la presión. Estábamos presionadas. A hacer las cosas bien. A poder transmitir “esto es lo que sabemos y nos gusta hacer”.En esos días de ensayo, la inseguridad fue como una pelotita de ping pong, yendo y viniendo entre Susy y yo. Una veces, era ella quien se tiraba abajo con un “no voy a poder”; otras veces, era yo.

Jugamos un “partido” contra nuestro temor al fracaso, contra nuestros cuerpos agotados, contra nuestro ideal de perfección. Tania era la más confiada. Después descubriríamos por qué.
Una noche Susi se puso muy mal.


Sus ojos miel, delineados de negro, se llenaron de lágrimas como dos estanques redonditos, mientras no paraba de repetir “no me sale nada” o “no me va a salir”.

-“Dale mami, vos podés.”- le decía su nena con la mirada brillante.

Pero sólo uno conoce la verdadera cara de sus fantasmas. Y eso es lo que más asusta. Estamos solos con nuestros temores. Como en esos sueños que uno quiere correr y no puede. O gritar.

Un día después de la crisis de Susi, a su bandeja de entrada le llegó este mensaje de nuestra amiga Tania:

“Hoy voy a Pacífico y te quiero ver brillar en la tela. Cuando subas, acordate por qué hacemos telas, porque es algo que nos vuelve locas. Cuando subas, pensá en disfrutar de nuestro arte y que no sea algo frustrante. Nos vemos en las alturas amiga telista. El show debe continuar.”

Pacífico es el club donde tomamos clases.

"El show debe continuar" es la canción de Queen con la que ensayamos para nuestra presentación.

Por último quiero decirles que escribí todo este post sólo para reproducir el mensaje de Tania, porque tanta sabiduría y solidaridad le dieron un vuelco a mi corazón, lo hicieron caer de espaldas...

Hacer algo porque nos gusta.
Por que lo disfrutamos.
Porque nos animamos a correr tras nuestros deseos aunque cueste (no seguirlos, es costosísimo ¿ya lo saben?)

Los dejo con algunas inquietudes (me pongo en Freudita) ¿Qué pasión mueve sus vidas?¿Sienten miedo de hacer lo que les gusta? ¿Hay algo que les gustaría hacer y no se animan?

AMIGOS... La vida es Bella!!!





viernes, 7 de noviembre de 2008

EL CINE DE MI VIDA (parte 1)



Mi primera vez en el cine fue con la abuela Ana y mi prima Mariela. Por lo menos, la primera que recuerdo.

Fuimos a ver BAMBI, película que quedaría grabada en sus espectadores gracias a esa tierna imagen del cervatillo haciendo intentos fallidos por pararse, a minutos de nacer (y por otras más, que ya contaré)

Llegamos temprano para conseguir lugar (preferentemente en el medio y sin ninguna cabezota tapando el horizonte luminoso) y compramos muchas golosinas porque entonces las funciones eran dobles (pasaban dos películas con un breve intervalo entre ellas)

Antes de que apagaran las luces, la abuela ya arrugaba una treintena de papelitos de caramelos, los guardaba en la cartera y echaba mano a un pañuelo bordado, blanco con flores rosas con el que se secaba el sudor. Mientras, mi prima y yo indagábamos el lugar, la pantalla enorme, los otros chicos, mascábamos chicle y estudiábamos la capacidad de rebote de los resortes de los asientos.

Quién diría que una previa tan excitante terminaría en catástrofe y lágrimas.

No, la abuela no se atragantó con un pochoclo víctima de su ferocidad oral, ni se quedó atorada en la butaca con la consiguiente complicación de llamar a los bomberos, ni le propinó un cross de derecha a la gordita colorada de trenzas que masticaba con la boca abierta y preguntaba a cada rato con su voz chillona: ¿falta mucho?

Peor que eso: el protagonista, el ingenuo ciervo con el que nos habíamos encariñado, reído e identificado todos los pequeños de la sala, de pronto se quedaba huérfano.

A mitad de película ¡se murió la mamá de Bambi!

El disparo de un cazador nos dejó a todos sin aliento y más aun cuando la cierva eligió sus últimas palabras:

-Apúrate Bambi! Sálvate, corre hacia el bosque!

Y Bambi, corriendo entre la nieve, gritaba desgarrado: Mamaaaaaaaaaa!

Ahí no pude mirar más. Recuerdo haberme lanzado al piso para buscar refugio en la butaca de adelante, escudo protector de las imágenes siguientes (Bambi llorando, perdido, solo frente a los peligros del bosque, desamparado, acosado por fieras y demás perversiones premeditadas por guionistas y secuaces)

¿Cómo podían existir unos libretistas tan sádicos, capaces de arrancarle al cervatillo lo más importante del mundo provocando la paranoia de cientos de espectadores que no pasabámos el metro de altura y llorábamos desconsolados?

Las madres no daban abasto con sus consuelos de upa y pañuelo. El cine, hablando en criollo, era un mar de mocos. Mucho antes de congelarse, Disney ya perfilaba su corazón de hielo.

En mi siguiente incursión de este lado de la pantalla grande se repitió la fórmula: abuela-prima-yo. Esta vez usé mi butaca-trinchera en la parte en que a un Luis Miguel de 11 años, corte taza y voz de eunuco, le anunciaban que iban a cortarle las piernas y que ya nunca volvería a caminar. Su padre le decía: "Tienes que ser fuerte, hijo" (el tú de los culebrones era marca de importación) La cámara hacía un primer plano de la cara del niño de porcelana, mientras éste lloraba y entonaba la canción "Ya nunca más", dedicada a su madreque, para aportar mayor dramatismo, estaba muerta (Luis Miguel ergo mi segundo Bambi)

La tercera vez, la fórmula cambió: mamá-yo. La película: “Pie Pequeño en busca del valle encantado”. ¿Qué le sucede a este simpático pichón de dinosaurio llamado Pie Pequeño? Adivina, adivinador. No, no lo llamó Tinelli para hacer de Bernardo, ni el Discovery Kids para disfrazarse de Barney. Pie Pequeño, se quedó sin mamá casi al principio del film. O sea, vino a completar la trilogía de crueldades cinéfilas dispuestas a arruinarme la infancia inoculando en mi cerebro en desarrollo los miedos más crueles.

Después de la influencia de Walt, me invadió una especie de (horror, pavor, temor, terror...) pánico inconfesable.

Sólo lo supimos mis pesadillas y yo, pero es hora de confesarlo.

Tuve miedo de que ese colectivo que traía a mamá del trabajo a casa, del que ella bajaba con expresión de cansancio (pero con una sonrisa hermosa al verme) un día no me la devolviera, se la llevara lejos, a ese lugar al que ya se habían ido las mamás del celuloide y del que no habían vuelto, a pesar de las tristezas a coro.

Por eso durante meses la esperé en la parada del colectivo. dejé mis juegos por la mitad, o la leche, o los deberes. Fui un granadero. La custodia personalizada de mamá. Ella nunca lo supo (un verdadero ángel de la guarda no revela su identidad)

A mi no me la iban a sacar tan fácil, che.

martes, 4 de noviembre de 2008

NUNCA SE SABE



-¿Alguien en el mundo se sentirá tan Vacaraña? –se preguntaba la princesa mientras rumiaba su aburrimiento en los sillones reales.


Le era familiar sentirse así, dividida. Por un lado esa sensación de rumiante de quedarse esperando algo, sin saber qué; por el otro, la inquietud de las arañas, moverse con histeria, salir a buscar, tejer la tela de sus deseos.

Con sus ojos vacunos echados sobre los corredores, veía sin mirar las cosas de siempre, las cortinas bordadas, los jarrones medievales y al final del corredor el cuadrado verde del afuera, entrando prolijo por los ventanales. Si al menos un yuyito rebelde, pero nada.

En momentos como ese, la pesadez bovina prevalecía. Un poco más de presión en su pecho terminaría por aplastar a las arañas.

-Ahhh, cuando será el día en que llegue mi Moscabeja- suspiraba la princesa empañando los oros y cristales más cercanos.

Sólo entonces, ante la incertidumbre del amor, las arañas arremolinadas se hacían sentir en su estómago.

Maldito sentir de Vacaraña, por qué tenía que aparecer siempre con el gran día, la hora en que pretendientes de todas latitudes y altitudes estarían cruzando terruños inciertos, montados en Orcaballos, luchando cuerpo a cuerpo contra manadas de Tigrescarabajos y guardando como trofeo las colas de Gorilagartos -eso sin contar las trampas de las astutas Tortugallinas-. Todo por pedir su mano.

De un momento a otro, su padre, el rey, trazaría un brillo en el aire con su adornado índice, gesto que sería traducido por los plebeyos como una orden para bajar las compuertas del castillo, y daría inicio al desfile de los recién llegados.

La princesa quería y no quería. Tantas veces había visto la procesión: reverencias almidonadas seguidas de besos de protocolo y palabras de amor en todos los idiomas. Y nada, ni asomo de su Moscabeja.

Ahoa los príncipes avanzaban obligando a sus Orcaballos a trotar livianamente y saludaban desde sus monturas a los Jabaliebres apostados en la entrada.


La Princesa bostezaba. Ganaba la vaca. Mostraban sus brillos. Ganaba la vaca. Ostentaban sus trajes. Vaca, vaca, vaca. Hasta que, una luz, no, un brillo, la encandiló. Un flash intermitente, emanado de la mirada de uno de los pretendientes de la fila, dejó patas para arriba a todas sus arañas.

- Es él -se emocionó la princesa- mi Moscabeja.


Y ahí nomás, se desmayó sin elegancia.


Al volver en sí, todavía un poco mareada por aquella luz, creyó estar en los brazos de su anillado amante, aquel que zumbando la sacaría del castillo, pero no, en su lugar unas pupilas alargadas se clavaban en las suyas y un ronroneo hacía más grato el despertar.

Quién diría. Con el amor nunca se sabe. Venirse a enamorar de un Luciernagato.

jueves, 30 de octubre de 2008

HOMENAJE


Cuerpo, cuerpito, cuerpazo. Que me llevás a todas partes, que siempre aguantás otro postre, otro vino , una cuadra más. Que cargás con tantas madrugadas en vela, aún sabiendo que al otro día vuelta y dale, a patear las calles, estudiar, trabajar, a sacudir las penas y empezar de nuevo.

Cuerpo de buena salud, de buena leche, nunca me jugaste una mala pasada, ni siquiera cuando te castigué con dietas inútiles, con exceso de cansancio, con horas de calambre en la computadora.
Hoy te miraba en la ducha, bajo el agua y pensaba en esa primera vez en el amor, temblorosa.

Gracias por los sobresaltos, las corridas, la fiebre -que tantas batallas supo ganar- los chicles de banana, la tortilla de la abuela, el olor a café, las pestañas-barrera, el helado.

Y perdoná por todas estas cosas:
Las mordidas de lengua
La quebradura casi expuesta de cúbito y radio.
Los llantos reprimidos, que te llenaron de nudos la espalda.
Las ganas censuradas de ir al baño (cuando no eras oportuno)
Las veces que no te lavé los dientes.
La depilación.
Las gripes.
La sobreexposición solar.
Los cigarrillos.
Los tirones de pelo de algún peinado raro.
Los granitos apretados.
El alcohol.
Los golpes en el punto neurálgico del codo.
Otra vez el alcohol.
Los zapatos aguja.
Los jeans elastizados.
El piercing de nariz.

Y perdoná también por todas las veces que me quedaste chico y fantaseé cómo hubiera sido no tenerte, traspasarte y echar a volar.

Gracias por todo, cuerpo, pero sobre todo, gracias por el parto. Por el útero-hogar de mi bebé. Por esa casa que alojó la maravilla. Por pujar, pujar, pujar, heroicamente pujar, hasta convertirme en la hembra más fértil entre todas las hembras, el ser humano más valiente, el animal más poderoso, la madre más orgullosa del mundo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

CORAZON PARTIO



Más encantador que Hamelin, de apariencia símil al Príncipe de los cuentos pero sin protocolo, su único y gran defecto era su adicción a las mujeres.

Como todo el que padece de este vicio, se disculpaba con un cada vez más flacucho "es que todavía no encontré a la mujer de mi vida". Claro que si su vida era aterrizar borracho en cuanto bar, fiesta o boliche atestado de colegialas se anunciara en la ciudad, en busca de sexo express, un encuentro platónico iba a ser más bastante poco probable (convengamos que no imposible)

Su motor era la conquista per se. Hacía un uso constante de su arte para la seducción. Desde antes de la primera palabra cruzada con mujer alguna, ya desplegaba sus dotes, como buitre planeando bajo sobre el muerto antes de despedazarlo.

Más exacto que con un buitre sería compararlo con un lobo, ejemplar rebosante de salud y en permanente celo que rondaba las tertulias nocturnas en busca de víctimas no mayores de veinte.

Animal experimentado en conducirlas a su guarida de soltero, les daba tanto placer que extirpaba de sus pieles cualquier evidencia de ingenuidad para luego abandonarlas a su suerte, eternas palomas de ala rota, escritoras de mensajes jamás contestados (salvo en tiempos de hambruna)

Su salvajismo tenía poco de caballeroso y en cuanto la presa del momento se subía a un taxi y caía para siempre en un pozo sin fondo, él se hundía gozoso en la soledad de sus dos plazas y media.

Sin embargo, pasadas algunas horas, lo mismo que lo había llevado al éxtasis, le asqueaba. Ganas de borrarse a lengüetazos cualquier rastro de saliva ajena, como un gato que se lame la herida.

Tenía un repertorio variado: mozas, peluqueras, colegialas, pobres diablas, secretarias, promotoras y alguna que otra loba que, como él, jugaba a la liebre, aunqeua esas las identificaba con el primer olfato.

Todo empezó a cambiar cuando conoció a la sirena. Al principio no sintió nada especial. Sería apenas una más en su abultada lista de conquistas. Una mujer con cola de pez, nada mal para su agenda de extravagancias.

Se vieron una, dos veces, hasta que él descubrió en su pelo un no sé qué de algas, un aroma a recién salida de la ducha todo el tiempo, algo que lo eclipsó (sabida es la debilidad de los lobos por la luna)

Su sirena lo fue trabajando de a poco. Un día, le cantó desde las profundidades; otro, se asomó a mirarlo y al descubrir que él también la miraba, se zambulló perturbada. En poco tiempo, la frialdad calculadora del lobo se derritió como manteca al sol.

Es que las sirenas son lo peor que hay. Su doble identidad las vuelve impredecibles.


Ella supo enamorarlo como nadie antes para abandonarlo luego a su llanura solitaria.

Desde entonces el lobo comenzó a sufrir unos feroces dolores estomacales. Le dolía la panza, pero el juraba que le dolía el corazón.

Movido por los efectos de ese adiós inesperado, intentó convencer a la junta médica de que le hicieran un transplante de órganos.

Pero los resabios de su don flautista no le fueron suficientes y lo sometieron a otrotipo de intervención quirúrgica.

-Era una peritonitis machaza, dijeron los médicos (bueno, algo así)


Sólo el lobo, en su inmensa soledad, podía entender que todo aquello no era más que el resultado del tremendo coletazo dado por su sirena al pegar la vuelta para siempre.

lunes, 20 de octubre de 2008

AGARRATE CATALINA. PARTE III.




-Papá, no me alcanzan los pañuelos del mundo para limpiarme los mocos después de tu carta,- le dije en un SMS.
No me salían las palabras para llamarlo.
Minutos antes me había dado en mano un sobre que en el dorso decía "Agarrate Catalina. Parte III"
Mi papá, mi valiente papá, me confesaba en una carta de su puño y letra que valía la pena haber luchado por sobrevivir, que por mí se había sentido muchas veces como Don Quijote montado sobre Rocinante, luchando contra la muerte.
El pasó años en diálisis y recibió la donación de dos órganos, uno de los cuales su cuerpo rechazó y otro, que le dio el sí definitivamente.
Cuando escribí Agarrate catalina, se inspiró y largó todo.
Decidí publicar la carta para aquellos que pasaron por algo similar y por su valor literario.
Porque él lo cuenta maravillosamente.
CARTA DE MI PAPA

Y… la respuesta no se hizo esperar.

Traté por todos los medios de responderte o escribirte por la Web, pero me perdí entre arrobas, guiones bajos, enteres, pestañas y hot meils. Y no, la tecnología me superó, entonces pensé: le mando señales de humo, no, muy antiguas ¿Palomas mensajeras? No, ya nadie las cría, entonces recurrí a la vieja Bic.
Te tengo en la memoria cuando naciste y te vi el huevo en la cabeza ¡Qué miedo! ¿Quedará así? Me pregunté para mis adentros.
Recuerdo tu chuflín que agarraba de forma tirante tres pelos, y yo pensaba ¡esta nena cuando sea grande va a ser pelada!
Como vos sabés, no fue fácil mi vida, tuve que pelearla, desafiarla, ganarle a veces, empatarle otras, pero siempre con un pensamiento, “tengo que ver crecer a mi hija”, era lo único que pedía, más allá del dolor de mi carne, de las agujas, de los puntos, más allá de todo, vos fuiste mi motor de búsqueda y mi combustible para seguir peleando, para soportar esas largas noches de hospitales, con olor a desinfectantes, frías, tenebrosas, oscuras.
A veces por las noches, no podía dormir y salía a caminar (cuando podía) por los pasillos desiertos, oscuros, largos y silenciosos como si la muerte anduviera merodeando y escondiéndose en las sombras, y se me ocurría que así deberían ser los pasillos del infierno. Pero entonces inmediatamente pensaba en vos, en tus rulos forzados por las trenzas hechas con la cabeza recién lavada, y volvía a levantar la guardia, a revestir mi cuerpo con metal ¡y que vengan las agujas! Me sentía Don Quijote montado en Rocinante, volvía a la pieza y me dormía hasta que alguna enfermera hincha pelotas venía de madrugada a tomarme la fiebre, la presión, cambiar el suero, ponerme una enema, el papagayo ¡Todo al mismo tiempo y por agujeros equivocados! Y soltaba la preguntita ¿Cómo andamos? ¡Como la mierda andamos! le contestaba.
Cuando andaba bien y salía a pasear paraba en todas las jugueterías, mirando monos, lupas, muñecas patas largas (¡qué feas eran!) y me decidí por la lupa no sólo porque te la había prometido sino para que pudieras ver más grande cuanto era (y es) mi amor por vos.
Después de muchas idas y venidas, ya medianamente curado, empecé a tratar de recuperar mi vida, no fue fácil, me sentía un extraño en mi casa, y comenzaba otra lucha, la de alejar la espada que me tuvo contra la pared tanto tiempo y me decía: ¡Da un paso adelante!
A veces la vida te hace rebotar como pelotita de ping pong, para un lado y para otro, y es uno el que tiene que elegir, podés entregarte y dejar de sufrir o dar pelea, no por uno, que ya todo le da lo mismo sino por su familia, su esposa, su hija, llegás a un punto en que el camino se hace una “Y”, y te confieso que estuve muchas veces por tomar el equivocado.
Me perdí gran parte de tu infancia, gran parte de mis mejores años y siento hasta el día de hoy una gran bronca, pero ya está.
Y después empiezan las recompensas. Primero ¡otro hijo!, flaco como lombriz fajada primero, pero luego de 36.000 hlts de gota Doce suministrados por su preocupada madre, pasó a ser un monstruo depredador de heladeras y kioscos, y parece mentira lo que salió de la mezcla, hoy casi un hombre, con un corazón grande como una casa, cariñoso y buen hijo, la vida me recompensó con lo más lindo ¡Dos grandes hijos llenos de amor!
Después ni te cuento lo viejo y feliz que me sentí cuando nos dijiste que seríamos ABUELOS ¡¿Abuelos?! Pensé yo, joder como pasa el tiempo.
Y llegó el mentado “rusito” y uno no puede describir cuan grande es el amor que se siente por ese pedacito de carne envuelto en una gorra multicolor con una rana verde gigante que más que croar parecía eructar.
Lo bueno de los hijos cuando tienen los propios es que ahí empiezan a comprender lo que sentimos por ellos.
Querida hija, quiero agradecerte por haber esperado a papá que vuelva sanito, no me arrepiento de mi lucha por sobrevivir y lo que me perdí cuando eras nena, lo recupero ahora al ver la gran mujer que sos, estoy muy orgulloso de vos y siento que nuestra sangre corre por tus venas y las de tu hijo y me quedo tranquilo porque nuestro paso por el mundo queda en buenas manos, bien representado.

TE AMA CON TODO SU SER
PAPÁ.
18/10/2008
1:55 p.m.

sábado, 18 de octubre de 2008

TOTA NO SE NACE

Claro exponente de Tota.


Si ponemos una bolsa de papa sobre otra, obtenemos una aproximación al cuerpo de una típica Tota respetable y sanita.

Toda Tota con aire de lesbiana, deja de serlo en el instante que firma la libreta de casamiento.

Así es como en el barrio circulan ciertos mandatos que bien podrían compilarse en el libro de las Sagradas Escrituras Barriales.

A saber:
Tota con muchos hijos, es una madraza.
Tota con muchos hijos pero que engaña al marido es, por lo menos, flor de yegua.

Tota que mide el empacho, gurú a la que se premia con obsequios de valor inferior a una consulta médica.

Tota que enviuda, pasa a ser la pobre Tota del barrio.
Tota que enviuda con dos jubilaciones, seguro lo mató de un disgusto.

Tota que coquetea con el carnicero, está buscando mejorar la calidad de los cortes.
Tota con hijos que se casa de blanco, no tiene vergüenza.

Tota caída en desgraciada, tocate uno que trae yeta.
Tota flaca, seguro que está enferma.

Totas que hablan mal de otras Totas, son las más homenajeadas para el Día del amigo.

La cosa no termina ahí. Como las Totas son de reproducirse escandalosamente, se ven obligadas a aleccionar a las generaciones venideras, si no quieren convertirse en Totas indeseables o lidiar con Totitas discriminadas desde el Jardín de Infantes.

Así, el fértil terruño de las tradiciones barriales alcanza también a las Totitas, que mantendrán los rituales de la especie o se exiliarán del barrio de manera forzosa.

Estas leyes son:

Totita que se maquilla, no sabe ni lavarse los calzones.

Totita a los besos con un novio, sigue los pasos de la madre.

Grupos de Totitas que vuelven a los gritos del boliche, en cualquier momento aparece una con el bombo.

Totita con tatuaje, en algo raro anda.

Totita que deja la escuela, no tiene futuro.

Totita abanderada, el orgullo de toda Tota en la verdulería.

A todo esto, los maridos de las Totas, se mantienen ajenos, arrancando los yuyos del patio o mirando los números de la quiniela, con esa tranquilidad que sólo puede darles el saber que la educación de su Totitas está en buenas manos.

viernes, 17 de octubre de 2008

SOMOS LO QUE HACEMOS

En la radio, es el contador oficial de chistes bizarros. Toma un café cortado todas las mañanas.
Ese día, salió del trabajo camino al súper porque la leche en polvo estaba mala.
Al doblar en Zelarrayán, un colectivo lo levantó del asfalto.
Terminó en un Hospital, con algunos raspones y el pelo apelmazado de sangre seca.
A su mujer le dijeron: “lo atropelló un micro, pero está bien”. Antes de llorar, lo imaginó en la ventana tomando jugo con pajita.
Él también quiso llorar, pero su profesión había anulado ciertos rictus dramáticos, al punto de que su llanto parecía, gestual y sonoramente, un risa más.
¡No haber tenido un micrófono!

Hubiera pasado a la historia con un “lo mío fue mala leche”.

RECETA

Cosecha de Duraznos, de Nelly Alvarez


para ser feliz
lo que dura un mordisco
basta hincar el diente en un durazno
cual si fuera manzana

advertencia
ante falta de convicción
la receta falla

si se logra
ahí donde se anunciaba la cáscara
asustará la pelusa
donde se prevenía la dureza
sorprenderá la pulpa.

suficiente
para subvertir el mundo
lo que dura un mordisco.

jueves, 16 de octubre de 2008

LAS TOTAS Y DEMÁS



En mi barrio las mujeres son como la Tota: cincuentona, pelo corto o en rodete –como helado bolita recién servido- pollera o solera floreada y ama de casa convencida.

En las tardes de verano, tipo siete, cuando amengua el calor y aunque el asfalto siga que pela, los chicos salen de sus casas, pelota en mano, con una velocidad directamente proporcional a la fobia que sienten por las siestas, esa cárcel de colchón y persiana baja.

A esa misma hora, las Totas del barrio hacen los mandados mientras sus hombres se dejan ver en las veredas, brazos en cintura, ojos en dirección al cielo, como expertos meteorólogos.

Por la esquina del Noroeste pasa la 505 que te lleva al centro. También la 506, pero da más vueltas y agarra muchas calles de tierra, haciendo saltar a los chiquitos y mujeres que se sientan atrás.

Las chicas del barrio esperan al micro como a un novio. Se paran en las esquinas perfumadas, con sus pantalones blancos, sus remeras ajustadísimas y el pelo mojado. Nunca se sabe a donde van. Están de a dos o de a tres. Son Totas en potencia, o si se quiere, totitas. Se codean entre sí cuando los piropeadores de siempre, tetra o cerveza a la vista, les gritan de todo desde la puerta del quiosco de Carlitos, versado aglutinador de muchachones de esta raza etílica y bocona.

Todo transcurre más o menos así, a no ser que sople un viento de aquellos o se desate la típica tormenta pasajera. Si esto pasa, Carlitos entra el cartel del quiosco y las Totas van a buscar a sus hijos a la cancha, donde todavía están pateando, con la tierra pegada, hechos un asco.

Para las Totas es todo un tema que las agarre la tormenta justo a la hora de hacer las compras. Ese repentino cambio climático trastoca de tal modo sus planes, que en vez de bife con fideos, van a tener que improvisar unas croquetas con el arroz del mediodía. Así, mientras el aceite hace globitos en la sartén, la tormenta arrasa con cartones y botellas de plástico.

Claro que en el Noroeste, como en cualquier barrio del mundo, el viento también pasa y de a poco todo vuelve a su ritual. Las esquinas se pueblan, los maridos de las Totas vuelven a salir a las veredas y los chicos que hace un rato se transformaban en mini powers y hombres arañas, ahora toman jugo y transpiran sosegados.

Pasada la tormenta, llegan las noches más lindas, esas fresquitas como sonrisa de Colgate y con estrellas recién lustradas. Entonces, las Totas sacan sus sillas a la vereda, se acomodan como gallinas ponedoras y emiten comentarios autobombo de tipo: “¿Yo que dije? Era una tormenta de verano nomás”.



miércoles, 15 de octubre de 2008

ESTACIÓN CICATRIZ



la primavera es a los cuerpos

lo que el otoño a los árboles


nos pelamos,

se nos caen las camperas

y los brazos

se parecen más que nunca a ramas

aunque más flexibles


miro mis dos ramas

con cinco brotes en cada extremo

que terminan en el teclado

de una computadora

que los prolonga en palabras


están blancos

no los agarró el sol de las doce

todavía.


en esa piel lechosa

puede leerse el mapa

de ciertas cicatrices

las vacunas

quemadura de cigarrillos

la punta triangular de una plancha.


Esas son las que se ven.




martes, 14 de octubre de 2008

AGARRATE CATALINA (PARTE II)


Un mono con cara de goma y cuerpo peludo, fue el siguiente regalo que papá me trajo de Buenos Aires. Esta vez, él estaba muy gordo, parecía un globo en el segundo previo a reventar. “Es por un remedio, princesa”- decía. Quería pegarme a él, contarle todo lo que había aprendido, morderlo, besarlo, pegarle. Pero se encerraba con mamá y hablaban durante horas. Cuando me acercaba a la puerta para ver si faltaba mucho, alcanzaba a escuchar palabras como miligramos, deltisona, lista de espera, infecciones, mala praxis y apellidos raros. Entonces volvía a mi mono. Su cuello se adaptaba perfecto al ángulo de mi axila y así andábamos todo el día, cuello contra axila.


Con Mariela fueron tiempos de reconciliación, casi como una primavera, porque por primera vez yo no oponía resistencia a su propuesta de jugar a la casita y ella incentivaba ese brote de instinto materno prestándome sus ollas, sartenes, tazas y hasta huevos en miniatura. Convengamos que un mono no requería los esfuerzos de cambiar pañales y esas cosas. Además, tampoco hacía preguntas, se dejaba atender y listo. En cambio, las muñecas podían salirse con cuestionamientos y a mi no me daba la gana. Además, con el mono no había problemas de alimentación, comía bananas todo el día. Cuando advertí que sus dedos de goma me permitían entrelazarle las manos empecé a llevarlo colgado a todas partes. Pero para entonces papá ya estaba por volver con otro juguete. El mono tenía los días contados.


El títere acompañó mi etapa de etapa de algún tipo de borote psicológico en el que el Yo pasa a ser dicho por otro, o en tercera persona. Hablaba todo a través de títere. Ante un “Chiquita, no comiste nada”, mi muñeco contestaba con mi voz pero más aflautada, “Dice Ani que estaba muy rico, pero está llena”. Era un títere muy educado. Decía Buen Provecho en nombre de las dos.
Un día se me cayó en un balde. Por miedo a que se pudra, lo dejé sobre la mesada del patio, al sol. A cada rato lo iba a mirar. Sus pelos eran de lana. Sus ojos estaban cosidos con hilo celeste. Yo le decía, te bañé para que estés más lindo, pero le veía cara de no creerme nada. Al final se secó y volvimos a nuestra comunicación indirecta. El idilio terminó cuando mi perra Petunia, encontrándolo afín sus intereses lúdicos, lo olisqueó, lo babeó y finalmente lo descabezó. Fue un alivio para todos. Le di santa sepultura en el patio, abajo del limonero.



Del equipo de gimnasia azul me acuerdo clarito. Se lo había pedido a papá, porque faltaba poco para empezar la escuela. Era de un gusto femenino, lo que me hizo desconfiar de que lo hubiera elegido él. El buzo tenía el motivo de una nena rubia sosteniendo una inmensa regadera de la que salían gotas. No era un estampado de esos que se van con el primer lavado. Era una goma gruesa, gotas de un auténtico espesor. Y en la parte de adelante del pantalón había una flor sonriente, una margarita abierta a las gotitas que caían de la regadera. Esa nena sos vos -dijo papá- Y yo soy la margarita. Entendí que se sentía mejor. Que iba a volver pronto. Eso me dispensó de seguir asistiendo a los rosarios semanales organizados por la abuela con las viejas del barrio para pedir a los santos por un donante, cosa que yo ni sabía lo que era. Hasta que el donante llegó. Los estudios indicaron compatibilidad entre mi papá y mi abuelo. Se arregló una fecha. Había una esperanza. Pero había que seguir esperando. Como decía mamá. Vos a la escuela, mamá al trabajo, los abuelos te cuidan…y la parte más linda “papá vuelve sanito”.


lunes, 13 de octubre de 2008

Dos de VUELOS...



















Foto by Lucas Giordano.


"Estos ojos precarios
ya no pueden engañarme:
Es el cielo quien vuela,
No los pájaros."


El hombre dijo al niño:
“No puedes volar
como la mariposa”.

Y el niño respondió:
“¡Shhh! Ella no lo sabe”.

RIÑA DE GALLOS


Lo del Chiquito era un sucucho húmedo y sucio, en el que nadie sacaba número. Era una verdulería familiar, con piso de cemento, paredes manchadas y sus hileras de cajones de frutas y verduras.


La atendía “El Chiquito” (apodo con cierta ironía para alguien de las dimensiones de un ropero antiguo) canoso, con su chaleco azul arratonado, misma camisa siempre y una postura de Jorobado de Nôtre Dame, pero con muy poco del glamour francés y bastante más de veterano buldog. Era el viejo más sucio y menos amable del barrio, pero todos le seguían comprando.


Lo primero que sonaba al abrir la puerta de la verdulería era un llamador de vidrio, y de ahí en más, sólo había que esperar el turno. En segundos, la verdulería se convertía en un contingente de vecinas apuradas o que se las daban de, con sus bolsas de lona rayada y su prole de hijos colgando; y el Chiquito hacía lo que podía, lo que en general significaba atender al boleo y dar rienda suelta a los avivados de siempre, expertos en colarse.


Bananas, Naranjas, pepinos, zapallitos, calabaza (no muy grande, por favor) lechuga (¿es fresca Don Chiquito?) reclamos varios (no me va a meter la mula ¿eh?) y changuitos hasta el tope, desfilaban por el sucucho, rengueando de llenos.


En una de esas veces en que el chiquito pronunciaba la frase predilecta de su diccionario verdulero “¿Quién sigue?”, se abalanzó sobre el mostrador la señora de Suazo y dijo lo suyo.
-Flor de sinvergüenza resultó Usté.
-¿Cómo dice?
-Lo que escuchó Chiquito. No se haga el sordo.
-Expliquesé señora –el Chiquito se limpió las manos con una rejilla húmeda y sucia.
-Quién iba a decir. Venir a meterme el perro. Quince años que lo conozco – la mujer golpeó el mostrador enfurecida- Quince.


En tanto que la discusión iba levantando el tono, la señora de Suazo le reclamaba por dos kilos de menos en una bolsa de papas y el Chiquito lo negaba convencido ante todos los presentes que eran cada vez más desde que iba en aumento la posibilidad de una trifulca.


-Le digo que no señora.
-Yo las pesé, Chiquito. Usté es un ladrón.
-Bueno, le doy los dos kilos que falta.
-Usté se cree que me importan los dos kilos- la señora de Suazo transpiraba el bozo.
-No sé más que decirle, Sra.


Cunado el diálogo se estaba tornando circular llegó Don Suazo quien entró como un viento a la verdulería y hasta rompió el llamador de la entrada. Se fue hasta el mostrador, la corrió con el brazo a su mujer y le dijo al Chiquito.


-¿Qué te pasa viejo de mierda?


El Chiquito le hizo un ademán con la mano, como diciendo “es inútil, me voy” y empezó a caminar hacia la puerta interior que comunicaba el sucucho con su casa, como una rata que emprendiera su huída en cámara lenta. No hizo dos pasos que el Sr. Suazo se metió por atrás del mostrador y lo agarró por el cuello (era, junto con El Chiquito, uno de los más altos del barrio, aunque más joven que éste)


El viejo, zafándose como pudo, estiró un brazo hasta el costado de la balanza y alcanzó su cuchillo verdulero. Elemento en mano, rebanó el aire con cara de desquiciado, como haciendo gala de un símbolo fálico y desafió a Don Suazo, que no se quedó atrás y con un certero movimiento se hizo de su propia arma blanca: un cuchillo con filo serrucho.


-Yo le vuá a enseñar como se parte al medio un melón- susurró entre dientes Don Suazo.
Para entonces, la verdulería era un ring y los vecinos empezaban a hacer sus apuestas. Por lo bajo se escuchaba “Don Suazo lo mata, lo mata” o “no creas, El Chiquito era boxeador” y el infaltable “acá va a correr sangre, yo sé lo que le digo”.

De un lado, arremangado, con sus casi dos metros de humanidad y una jiba desafiante, El Chiquito; del otro, metro noventa, aire compadrito, Don Suazo, el devenido héroe barrial por su valentía en la lucha por los derechos del consumidor.

El primer navajazo lo tiró El Chiquito. Su rival se tiró para atrás con agilidad y arremetió con su serrucho, pero no llegó. Ambos avanzaban y retrocedían impulsados por la adrenalina, sudorosos. Luego de varios intentos errantes, filo va, filo viene, El Chiquito fue ganando terreno hasta que arrinconó a su contrincante contra las bolsas de papas. Don Suazo, tomó una de las bolsas y la arrojó contra aquel placard inconmovible, pese a sus años, hasta hacerlo tambalear. Pero hacía falta algo más que una bolsa de papas para derrumbar a ese dinosaurio de pelo grasoso que ahora más enervado que antes, se disparaba contra su enemigo a puro alarido logrando pincharle el hombro.

Al ver la sangre, que ya empapaba la musculosa blanca de Don Suazo, la señora de Suazo cayó desplomada sobre los cartones de huevos (de más está decir que no se salvó ninguno) y la pelea quedó ahí por razones obvias. Los vecinos que seguían el minuto a minuto sin perderse movimiento, tuvieron que ocuparse de contener a los luchadores y socorrer a los Suazo, uno por herido; la otra, por desmayada.

En un instante, la verdulería había quedado desolada. El Chiquito, solo, en medio de dos hileras de cajones, como gladiador sin hinchada, y ante la posibilidad de que alguien estuviera mirándolo todavía, se pasó el trapo de rejilla por la frente, manoteó una manzana y la mordió desafiante, como enviando un mensaje mafioso.

La última en cerrar la puerta había sido la culona del barrio, quien se fuera al grito de “yo acá no piso más”, lo que de alguna manera resultaba un alivio para “El Chiquito”, quien nunca había soportado su voz de pito.