miércoles, 25 de febrero de 2009

El extraño caso del jugador sin pelota


Barrio nuevo ¿alguien tiene un mapa? ¿Dónde están los quioscos, verdulerías, almacenes y placitas del lugar? ¿Help? ¿Du iu spik inglish? (te mudaste de barrio nena, no de país)
Tipo ocho, calor en retirada, Matteo y yo / Sherlock & Watson, salimos a investigar el terreno y como preguntando se llega a Roma, llegamos a un reseco terruño con cinco hamacas, un tambor y dos subibajas que bien podría ser una ruina del otrora ambicioso imperio.
El interés de Matteo dura: un envión por hamaca, 15 segundos en el tambor y menos de un minuto en el subibaja. Récord para el “Síndrome de entusiasmo volátil” que padece mi hijo en vacaciones (insiste con dejar su huella de helado y gaseosa en todas las plazas de la city, pero se aburre sólo de verlas)
¿A ver que hay un poco más allá? Pasto, pasto, pasto, Ups, una canchita. En realidad, dos arcos de fútbol enfrentados, que “hacen de”, separados por pastizales amarillos.

-“Dale mamita juguemos al fútbol”.

- “Te prometo que mañana volvemos ¿sí? (tonada premonitoria del “ya nos vamos”)

-“No, por favor, mamita, ahora ¡Por favor!

-“¡No tenemos pelota, hijo! ¿Con qué vamos a jugar? ¿Con una pelota invisible?

- Bueno ¡Dale!


Oh-oh... mis antenitas de vinil detectan la presencia del enemigo, mi propia, desafortunada, ¡maldita lengua!

“Serás esclavo de tus palabras”. Tarde. Media falta a la sabiduría popular. Me dispongo a patear una pelota invisible y festejar tanto o más que con el gol a los ingleses.


YO -¡Golazooooo! Sip, sip, sip! (brazos en alto) ¡Golazo de mamita!

MATTEO -No fue gol. ¡Si no tenés pelota, mamá!

Pum. Balazo a la euforia.
No hay dudas de que el pequeño Sherlock manipula a su favor las evidencias. Elemental Watson.




lunes, 16 de febrero de 2009

El cine de mi vida (parte 2)







Película: “Crepúsculo” (cinco estrellitas para la Revista Noticias)
Fórmula: Mamá-yo.


“Desde Titanic no se veía una historia de amor tan fascinante”, decía la crítica.

¿Cómo podía rechazar Adán la manzana más roja ofrecida por la única mujer del paraíso que, para empeorar las cosas, estaba cubierta sólo por hojitas?

No puedo-no quiero-no sé como- resistirme a las películas de amor.

Basta con que en el afiche promocional haya dos tortolitos fusionando sus photoshopeados labios para convencerme de que quiero/necesito verla. Por más estúpida, sosa, ñoña y almibarada que resulte.

Como si cupido soplara en mi cerebro con su aliento rosa y lo envolviera en una nube naif de aroma meloso, en cada incursión al videoclub termino alquilando bazofias acarameladas que, por supuesto, veo sola.

Me aburren las películas de Hollywood en las que el policía retirado decide seguir trabajando por su cuenta (algo surrealista en Argentina) y se convierte en una especie de Dios paralelo a la Fuerza capaz de adivinar el color de ojos del criminal con sólo mirar las tripas del fiambre.

Pero en cuestiones de amor, les creo todo.

Sí, en “Crepúsculo” sucumbí ante la historia de amor entre Bella (adolescente con cara de porcelana) y Edward (un vampiro de los buenos) Lo prohibido de ese amor, lo peligroso, lo hacía irresistible.

Si hasta lloré en una de las escenas en que él trepa, con su chica en andas, hasta el árbol más alto y le muestra el paisaje (después leí que fue la escena más criticada por los efectos especiales, no me importa, come torta, cuchillito que no corta, a mí me gustó)

Pañuelo descartable en mano salí del cine suspirando. Y eso me alcanzó. O no. A veces vuelvo a You Tube y sigo mirando los besos. Y a Edward. Ya sé, no tengo quince años. O sí.

Ya que estamos...recomienden alguna de amor!