martes, 8 de febrero de 2011

Elocuencia

Cada mil y una horas
minuto más, ocaso menos
cito a mi alma
en bares de buena muerte.

Pido dos tragos bien cargados
y le pregunto sin rodeos, como los guapos de antes, le pregunto
qué carajo querés de la vida
alma
almita
pero ella enseguida llora
se desahucia
me dice que si supiera
se enreda el pelo en los dedos
y pierde su mirada en algún bicho que vuela
o que camina en el mantel.

Le digo
ponete de acuerdo
todo no se puede
todo es una palabra
todo
y ella se queda callada
con esos ojos tan de caída por el precipicio
que dan vértigo.

Sé que mientras yo le hablo
rueda
piensa en hipocampos
canta
dibuja pecas a las casas tristes
y les inventa una entrada con colchones de tréboles de cuatro hojas (y cuatro ojos)
cualquier cosa antes que escuchar las cuerdas
las cadenas

Entonces grito “¡Otra ronda que la casa invita!”
aflojo las muelas
bajo los hombros
dejo subir las burbujas
y tres o cuatro vasos más tarde
la cosa va queriendo.

Al emprender la retirada
ya me siento en sintonía con el universo,
con el vecino que sale a pasear a su perro y a comprar el diario
con los árboles torcidos
con las hamacas de colores de la plaza vacía
con los quiosqueros que levantan las persianas de chapa
con el piso que se mueve (ese techo bajo mis pies)
con las botellas vacías y los filtros de los puchos en el cordón
con los pulgosos puro perro que me siguen
con las piedras que configuran esta: mi constelación urbana post cita con el sinsentido.

Mi alma me acompaña hasta las sábanas
me acuesta
y se asegura de que no me quede un brazo colgando
o una pierna
(es muy sensible para estas cosas)
y se vuelve al bar sabedora de que
cuando despierte y vea en el espejo la cara de alguien sin alma,
voy a llamarla a gritos
aunque más no sea para convencerla
de la elocuencia
de una próxima cita.