sábado, 29 de diciembre de 2012

Favores a favor

Ahí estaban las tres, en la puerta de mi trabajo, cuál más luminosa. La Negra, con su manera de moverse por la vida como si siempre estuviera por empezar a jugar a algo; Lucie, con esa sonrisa que de solo verla pensás que nada es tan difícil en el mundo; y Zara, perrita equilibrista, vanidosa con el aval que le confiere su glamorosa raza caniche toy.


Luego de regios abrazos de recibimiento --y los clásicos apretones masajeros de La Negra que empiezan en los hombros y culminan en los antebrazos-- les di las llaves de casa que era lo que habían venido a buscar. Sabedoras de que siempre mis planes son más ambiciosos que mis posibilidades de concretarlos querían darme una manito con la pintada del patio.

La idea era buenísima porque los elementos –el trío pintura-pincel-rodillo-- reposaban desde hacía un mes en la pieza en que Matteo acovacha juguetes y que yo intento convertir –sin éxito-- en sala de meditación. No parecieron inquietarse cuando les expliqué que el portón estaba trabado, que habían estado los albañiles y que no había cerradura.

Y agregué: “Si no encuentran con qué hacer palanca revisen la parrilla. Capaz que hay algún utensilio”. Es probable que se hayan reído de la palabra utensilio pero no me acuerdo. Cuestión que, lejos de inquietarse con mis recomendaciones, partieron hacia destino como tres vientitos, con sus auras y todo.

Una hora más tarde, por mensaje de texto, me comunicaron que no habían podido abrir el portón y que se iban. Como la palabra derrota no suele formar parte del diccionario de mis amigas dudé de la veracidad de la información pero seguí con mis cosas de siempre. Más tarde, cuando aún yo no había llegado a casa, volvieron a escribirme: “¿Dónde estás? ¿Tomamos unos mates?”. “Estoy en casa”, mentí adelantándome a los hechos, ya que, en realidad, estaba a unas cuadras.

 Al llegar, minutos después, ya en el ocaso del día, por entre las maderas del portón del frente divisé dos femeninas siluetas. La Negra escribía un mensaje –después me enteré que me estaba contestando que era una Pinocha-- mientras Lucie fisgoneaba. "¡Ey! ¿Qué hacen acá?", grité desde el auto, poniéndolas en evidencia.

Ellas, como niños a los que se descubre en plena travesura, se escandalizaron gestualmente y se escabulleron hacia el fondo. Bajé del Dunita lo más rápido que pude y corrí para alcanzarlas. Al atravesar la última puerta apareció ante mis ojos extasiados “El patio del País de las Maravillas”. Paredes tan blanquitas que daban ganas de tomar la leche.

Con cara de “nosotras lo hicimos” Lucie estrenaba pequitas blancas en nariz y algunos lamparones menos discretos en el resto del cuerpo. La Negra me daba las explicaciones técnicas del uso del rodillo. Zarita saltaba contenta y corría en cículos por el patio que todavía olía a pintura. Cuál de las tres más luminosa.

Antes de irse, otra vez como vientitos, sacaron a relucir un anotador en el que habían escrito de puño y letra que tenían “un favor a su favor”.

Así son. Esa noche no me alcanzó el cuerpo para abrazarlas.


sábado, 15 de diciembre de 2012

Matteísmo

15/12/12

Matteo quiere ver una peli conmigo. Elegimos un título que pueda funcionar para los dos y nos acomodamos en el sillón. A falta de pochoclos hay muchos mimos. Con todo dispuesto, damos enter. Oh, Oh. Parece que el sonido no anda. Y no anda. Y no anda. Como no soy lo que se dice una especialista en superar estos repentinos escollos tecnológicos luego de variadas insistencias, apelo a la versatilidad de mi hijo y propongo un ¡cambio de plan! --Bueno, mami, entonces voy a jugar a Gaturro. --¿Y yo qué hago? ¿No íbamos a hacer algo juntos? --Sí... Vos me podés mirar. Ja jaaaaaaaaaaaaaaa. Hay diálogos que me superan.

 -¿Qué estás haciendo en la compu, ma? -Estoy mirando blogs, escuchando música… Matteo ríe a carcajadas. -¿De qué te reís? –cuestiono, porque no creo haber dicho algo tan gracioso.
-De que me tiré un pedo. Y también me toqué el pito.

Euge-nialidades

No importa día, hora, año, ni actividad en la que se esté desempeñando en ese momento. En estos 28 que hace que la conozco, Euge llega siempre apurada y llena de bolsos y paquetes. Otra constante de nuestra amistad, son los mates. “Poné la pava”, o “Pongo la pava” son las dos frases que integran el top five de nuestro decálogo de infaltables.


La escena es así. Euge llega como un viento, apoya todo lo que tiene en donde pueda, pone a circular a los más chiquitos –en su momento fue a Leo y ahora a Giuli— y entabla un monólogo que pone en jaque la carrera de Enrique Pinti. Además, casi no toma aire entre palabras, lo cual la convierte en un objeto de investigación científica en la rama de la fonoaudiología.

Antes o después, también es el turno de mi monólogo, claro. Quizás menos verborrágica y con otros tiempos discursivos, diserto ante los ojos redondos hermosamente delineados y rimeleados de mi amiga. Desde hace siglos –o casi-- le cuento las mismas cosas --o casi-- y ella siempre tiene el rostro de quien las escuchara por primera vez. Se ríe hasta las lágrimas de las pavadas que digo y hago desde que nos elegimos como hermanas del camino.

Tortas, facturas, masitas secas, la sobra medio apelmazada de algún cumpleaños fmiliar han desfilado cientos de veces en las distintas mesas de las casas en que nos tocó vivir y visitarnos. En su alquilada casa de ahora –que fue en algún momento mi alquilada casa—tengo un rincón sagrado y ella lo sabe. Todas nuestras conversaciones empiezan al lado del fuego de la cocina, conmigo trepando a sentarme a la mesada.

Me dice “Sos la única persona que se sube a la mesada”. Así pasan nuestros monólogos, mate va mate viene. El otro día llegó a verme con Giuli en un brazo y la impaciencia bajo el otro y se dio esta situación.

Euge: Bla bla bla bla bla bla bla bla.. Bla bla bla bla bla bla bla bla (pausa)

Yo: Bla bla bla bla bla bla bla bla.. Bla bla bla bla bla bla bla bla (pausa)

Euge: –devolviendo el mate—Gracias amiga, está asqueroso. Yo. Ah, bueno…Pensé que me ibas a decir “Gracias amiga, está riquísimo”. Euge: Y bueno, entre nosotras no hay mentiras. Si está asqueroso, está asqueroso…

 Cómo la quiero.

Bebé Renata

Con tu buzo de plush violeta con un pajarito patalarga con chupete que había elegido para vos cuando todavía eras un poroto en panza de tu mamá, ahí estabas Renata, en la terminal de colectivos de Neuquén. Te besé y entre tu sueño y mi suspiro bailaron y desfilaron millones de duendes que salieron detrás de quién sabe cuántos árboles escondidos en los bosques del puro amor, tan parecido al puro sol, a la pura agua, al puro ser. Los duendes que velan tu sueño festejaron nuestro reencuentro –porque de algún lado ya nos conocíamos Renata—con tambores y platillos y me entregué con asombro a la magia de tenerte en brazos por primera vez, al romance de sentir crecer en mi respiración las mariposas que seguramente liberaste en un bostezo.
Te quiero bebé de mi alegría. Bien-venida Renata. Hoy y siempre. La tía no tiene más que unas pocas certezas para darte pero entre esas pocas está mi promesa de amor. Si algo quisiera que sepas es que contás conmigo. Si algo quisiera regalarte es un milagro. Si de la vida pudiera decirte algo es que te pertenece.

Que nadie se atreva...



    Cuando ayer, en primera fila para verme cantar, con un vestido que parecía robado a la primavera, la abuela sacó de su cartera la bolsita con caramelos de menta rellenos con chocolate y empezó a convidar a la concurrencia, el alma me giró de ternura como acróbata en saltimbanqui.
    La gorda, habanico en mano, con la boquita pintada --y labial colado en las arrugas-- desde su butaca vip en el sal
    ón de la Alianza Francesa, ofrecía dulzuras a media luz, codazo de aviso de por medio, como si estuviera en el cine.
    Minutos antes, desde el mismo lugar, había aplaudido y celebrado cada una de mis histriónicas intervenciones como Tita Merello, aún aquellas fuera de tiempo o de tono, como si de su euforia dependiera mi éxito.

    --La abuela cree que es un concurso --me contó mi vieja divertida.
    --¿Y vos que le dijiste?
    --Que sí.
    --Ah, no seas mala. Decile la verdad. Con razón aplaude tanto.
    --Cree que ahora van a dar los nombres de los ganadores. Y ¿sabés qué dice? "Anahí va a salir primera".

    Siempre estuvo bastante loca la abuela. Desde que tengo memoria rezonga por el calor, el marido, los vecinos, los perros, la mugre, porque los pájaros cantan y porque no. Y sin embargo, una dulzura sutil atraviesa y trasciende cada acto de su violento carácter. Es capaz de sacarse la comida de la boca para dársela alguien que pase por el barrio vendiendo repasadores.
    Qué nadie se atreva, a tocar a mi abuela...