sábado, 15 de diciembre de 2012

Que nadie se atreva...



    Cuando ayer, en primera fila para verme cantar, con un vestido que parecía robado a la primavera, la abuela sacó de su cartera la bolsita con caramelos de menta rellenos con chocolate y empezó a convidar a la concurrencia, el alma me giró de ternura como acróbata en saltimbanqui.
    La gorda, habanico en mano, con la boquita pintada --y labial colado en las arrugas-- desde su butaca vip en el sal
    ón de la Alianza Francesa, ofrecía dulzuras a media luz, codazo de aviso de por medio, como si estuviera en el cine.
    Minutos antes, desde el mismo lugar, había aplaudido y celebrado cada una de mis histriónicas intervenciones como Tita Merello, aún aquellas fuera de tiempo o de tono, como si de su euforia dependiera mi éxito.

    --La abuela cree que es un concurso --me contó mi vieja divertida.
    --¿Y vos que le dijiste?
    --Que sí.
    --Ah, no seas mala. Decile la verdad. Con razón aplaude tanto.
    --Cree que ahora van a dar los nombres de los ganadores. Y ¿sabés qué dice? "Anahí va a salir primera".

    Siempre estuvo bastante loca la abuela. Desde que tengo memoria rezonga por el calor, el marido, los vecinos, los perros, la mugre, porque los pájaros cantan y porque no. Y sin embargo, una dulzura sutil atraviesa y trasciende cada acto de su violento carácter. Es capaz de sacarse la comida de la boca para dársela alguien que pase por el barrio vendiendo repasadores.
    Qué nadie se atreva, a tocar a mi abuela...