La
cultura implica ciertas renuncias
Sondeo a mitad de segundo grado para saber lo que me espera.
--¿Te
gusta la escuela hijo?
–Sí,
pero más me gusta hacer mis cosas –pausa reflexiva— Me gustaría ser el niño
más inteligente del mundo. No tenés que ir más a la escuela, tenés todos los veranos libres y podés
tirarte pedos cuando quieras.
Agradecé
que no compró los media hora
La abuela Silvia nos regaló una caramelera llena de masticables y caramelos de miel. Los
primeros perdieron enseguida el papel, la forma y la
consistencia; los segundos, duermen su sueño eterno en la cajita. Matteo, con
el culo pegado a la estufa, compite con el mío y saca conclusiones…
–La
abuela no puso muchos sugus en la caramelera…
– Puso
más de los otros.
--¿A
vos te gustan los otros?
-- No
¿Y a vos?
-- A mí
tampoco. Son caramelos de vieja. Si los viejos comen sugus se les quedan
pegados en los dientes.
¡Ese no era!
Llega mi amiga Dolo a casa, sinónimo de alegría, música, mate y muchas risas y el pequeño
sabelotodo profetiza.
--Ya
sé, Dolo. Ahora con mi mamá van a tocar la guitarra.
--¿Y
vos cómo sabes?
--Me lo
dice mi aliento… (en vez de olfato)
Taller
de canto (¿o desencanto?)
--Hijo,
ahora que mamá está aprendiendo a cantar, tenés que prepararte.
--¿Para
qué?
--
¿Cómo? ¡Para aplaudirme! ¿O me vas a tirar tomates?
--Platos
con salsa te voy a tirar, mamá.
Creo que sabe que escucharme cantar puede ser una manera de resolver el
Complejo de Edipo.